sábado 20 DE abril DE 2024

7 años del Muñeco Gallardo como DT de RIVER

«¿Vas a dirigir a River?». La pregunta del indeleble Topo López fue hecha el 6 de agosto del 2011, en la previa a un amistoso que pocos recuerdan, recién instalado como deté en Nacional: un 3-3 en el Monumental contra el equipo que dirigía Almeyda, ante la mirada de un puñadito de socios que no podían advertir el sentido histórico que tenía ese partido, aparentemente anodino, que significó la primera vez que hizo de entrenador en su casa. «No sé qué puede pasar el día de mañana. Pero me identifico demasiado con RiverAlgún día me gustaría, no te voy a mentir. Sería espectacular, pero no quiero adelantarme a nada. Es muy posible que algún día, en un futuro, me encuentre ligado a River. Me siento parte».

El futuro llegó hace rato. Hace siete años, más precisamente. Marcelo Gallardo ya lo sabía, ya entendía que su enlace a River existía en el orden de lo predestinado. Se lo repetía a todo su cuerpo técnico y a los emisarios de otros clubes que intentaron tentarlo durante sus dos años de introspección y capacitación: él iba a dirigir a RiverY se preparó exclusivamente para eso, tomó carrera durante ese preámbulo y todo ocurrió al pie de la letra de su vaticinio. Y eso que cuando ya sentía que estaba listo y su teléfono no sonaba, estuvo a minutos, literalmente, de ser el técnico de Newell’s, en una historia que a esta altura, siete años y una eternidad de gloria después, es bien conocida. «Nací para esto», spoileaba clandestinamente aquel 6 de junio del 2014 cuando se sentaba en la sala de conferencias del Monumental emparedado entre D’Onofrio y Francescoli, que al momento de sellar su contratación en la casa de Matías Patanian le admitió que antes había llamado al Tata Martino y que Berizzo y Gareca, ambos con trabajo, también habían estado en su lista de prioridades.

Gallardo sabía todo. Mientras el mundo River todavía lloraba el súbito alejamiento de Ramón Díaz y se preparaba para un año que buena parte de la opinión pública auguraba como transitorio, el Muñeco veía más allá. Entendía que podía dar un salto que casi nadie veía. «Quiero que sepan que llego con la ilusión de llevar a River al lugar que se merece. El club va a recuperar parte de su historia al jugar la Copa Libertadores. Y el equipo no se puede conformar con lo que se consiguió. Se logró algo importante (la liga y la Copa Campeonato con RD), pero hay que potenciar eso, redoblar la apuesta e ir por más”, anunciaba.

«¡Dame la vara más alta siempre! Porque me siento identificado con eso de buscar la superación», subrayó unos días después en la primera entrevista que le dio a Olé tras su asunción. Vaya que fue por más. Revertir como revirtió para siempre la historia en los superclásicos de entrada, volver a ganar un título internacional luego de 17 años, levantar una Copa Libertadores que casi siempre fue huidiza: este periodista, como tantos otros, le preguntaba después de aquellos primeros años por el futuro. Y ahora qué. La final más increíble de todos los tiempos, el partido más importante de la historia del fútbol argentino, sudamericano y acaso mundial, en el Santiago Bernabéu y contra Boca fue la respuesta casi ridícula a un interrogante que era retórico: qué más. Todo esto más. La eternidad más.

Hoy su obra sigue, aunque ya parece completa. Y no porque los encargados del Museo River tengan que romperse la cabeza para cambiar las instalaciones cada un par de meses porque no alcanzan las vitrinas. No porque ya haya ganado casi todo. Sino porque su legado promete vencer al tiempo. Su metodología de trabajo, los valores que selló con letra de molde, la idea, la planificación, la manera de jugar que ya replican todas las categorías juveniles: son bases disruptivas que retoman las premisas que hicieron grande a River pero que se adaptan a estos tiempos. Y él lo sabe, sabe que está «más allá de un resultado deportivo» y que sus ideas ya lo superaron a él mismo, lo exceden.

La Libertadores 2018 contra Boca en Madrid, el título más importante (Prensa River).

La Libertadores 2018 contra Boca en Madrid, el título más importante (Prensa River).

Eso es justamente lo que quería, que la máquina obtenga autonomía para seguir funcionando más allá de él. Es una de las dos vidas que se ganó Gallardo en estos siete años: la de la memoria emotiva que tendrán tantas generaciones de hinchas de River que jamás olvidarán lo que logró, la que verán los que en muchos años visiten el club y miren su estatua custodiando el Museo al lado de Labruna; y la de cualquier ulterior presente, la vida infinita del tipo que inventó la fórmula de la Coca Cola o la lamparita o la rueda o lo que sea que cientos de años después siga teniendo vigencia. Porque River llevará grabada por siempre la idiosincrasia que marcó a fuego Gallardo. Incluso, seguramente, encarnada por tipos que fueron y son sus jugadores en este tiempo. Aunque, tal vez no lo sepa, su plan germinal de prosperidad siempre va a terminar fallando en un punto: él es irremplazable.

Sólo con él en el banco la gente de River puede creer que dar vuelta un resultado en Brasil no es la quimera que fue casi toda la vida, que revertir un 0-3 en la ida de una serie es perfectamente posible, que pelear de igual a igual un partido decisivo sin jugadores y con un arquero que ni había debutado en Reserva es viable, que hacerlo ya directamente sin suplentes y con un jugador de campo en el arco también lo es.

Más allá del legado de su gestión, de ya ser el técnico más ganador de la historia de este gigante, Gallardo es único e irrepetible como lo fue la final de Madrid, por muchos motivos. Un tipo que labura de formar grupos con una serie de valores y con una determinada disciplina, que labura de hacer ganadores a sus equipos, que labura de hacerlos jugar bien, que labura de formar identidad, que labura de psicólogo para aconsejar a los pibes, que labura de armar un proyecto para el fútbol infanto-juvenil y también de seguirlo día a día, que labura de planificar obras de infraestructura, que labura de hacerle ganar dinero al club en los mercados de pases, que labura de ingeniero agrónomo para renovar el césped del Monumental y del River Camp, que labura de scouter mirando partidos que nadie ve en distintas latitudes, que labura de proyectar los festejos de cada 9/12, que labura hasta de estar atento a qué música suena durante las entradas en calor del equipo en el Liberti. Y que el día de mañana, sea -como él admitió que le ruegan sus amigos de Boca- hacia el fin de este año y de su contrato o -como piden millones de riverplatenses- mucho más adelante, sin dudas será consultado para elegir al heredero de su obra.

Pero ninguna otra persona podría hacer todo lo que él hace: quien lo suceda en el futuro apenas tendrá la ventaja de insertarse en una estructura que ya puede funcionar con piloto automático. Pero por lo demás, ya nada será igual.

FUENTE: diario OLE

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