Alberto Fernández volaba en un helicóptero de la Policía Federal rumbo a la casa de Mario Ishii en Jose C. Paz cuando se enteró por su celular que Eduardo “Wado” de Pedro había presentado la renuncia al Ministerio de Interior. Aterrizó en un predio cercano a la casona del barón del conurbano, y en ese instante asumió que estaba sufriendo un “golpe palaciego” al conocer que junto a De Pedro también estaban renunciando otros cuatro ministros manejados por Cristina Fernández de Kirchner. El presidente comentó los inesperados hechos políticos a su anfitrión, e Ishii fue fiel a su pragmatismo político: recordó como había echado a La Cámpora cuando se atrevieron a disputar su poder territorial. Alberto Fernández no pudo contener una sonrisa cómplice.
El Presidente y la vicepresidente habían estado casi cuatro horas en la quinta de Olivos, y el resultado del cónclave fue satisfactorio para ambas partes. Ocurrió el martes a la tarde y el acuerdo sellado entre ambas partes es fácil de describir: CFK suspendía su reclamo de renuncia contra Martín Guzmán y Santiago Cafiero, y los dos socios mayoritarios de la coalición oficialista definirían un cambio de Gabinete después de los comicios del 14 de noviembre.https://1b6365211027f0ac4a2057672f6f2057.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.html
Es más: Cristina deslizó que Máximo Kirchner tenía intenciones ocupar la cartera de Trabajo, y el jefe de Estado -sorprendido por el lance- replicó que todas las opciones se podían analizar tras elecciones legislativas. En ese ministerio está Claudio Moroni, un amigo personal de Alberto Fernández. Y una pieza clave del gobierno que será muy difícil de eyectar.
En este contexto, la renuncia de Wado de Pedro y otros funcionarios kirchneristas sorprendieron e irritaron al jefe de Estado. Llamó la atención que De Pedro no firmará su propia renuncia y que nunca fuera presentada al despacho presidencial. “Es una renuncia trucha, testimonial, con ánimo de causar daño político”, describió un integrante del Gabinete que juró lealtad a Alberto Fernández.
La sucesión de renuncias de ministros y funcionarios kirchneristas, lanzadas a los medios de comunicación después de un acto público que sirvió para exhibir la fortaleza política de Guzmán, tuvo dos situaciones tragicómicas: Juan Cabandié -ministro de Medio Ambiente- y Martín Sabbatella -titular de Acumar- pensaron que las renuncias eran en serio y abrieron un expediente digital para cumplir con todas las formalidades administrativas.
Cuando los ministros y secretarios leales al Presidente se enteraron de la gaffe, no podían parar de reírse. Cabandié fue protegido por Alberto Fernández cuando tomó distancia de La Cámpora, y es poco probable que en la Casa Rosada se perdone su traición política. La agenda verde es muy importante para el jefe de Estado, y Cabandié ya no cuadraba en sus necesidades técnicas y diplomáticas.
En este contexto, las renuncias de Martín Soria (Justicia), Roberto Salvarezza (Ciencia y Tecnología), Luana Volnovich (PAMI), Fernanda Raverta (ANSES), Cabandié y De Pedro, entre otras, fueron una maniobra ofensiva montada por CFK para forzar un cambio de Gabinete.
La vicepresidente intentó vaciar y quebrar al gobierno, y Alberto Fernández resistió la ofensiva palaciega incitada por la Cámpora, el Instituto Patria y ciertos diputados y senadores que responden a la familia Kirchner.
Cristina nunca pensó que el Presidente iba a obtener un respaldo firme e inmediato logrado por las infinitas llamadas que hicieron el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y los ministros Juan Zabaleta (Desarrollo Social), Gabriel Katopodis (Obras Públicas) y Matías Lammens (Turismo). Los cuatro se refugiaron en un despacho del primer piso de la Casa Rosada, y en tres horas sumaron el apoyo de gobernadores, sindicalistas, intendentes, intelectuales y líderes de los movimientos sociales.
CFK reconoció su inesperada debilidad. Lo hizo cuando su principal vocero filtró a los medios que había conversado con Guzmán para jurar que nunca había exigido su renuncia al Palacio de Hacienda. Fue un hecho paradójico: ella no cuenta sus operaciones políticas, y menos aún las vinculadas a su principal blanco móvil en el gobierno de Alberto Fernández.
El ministro de Economía tiene un plan que CFK y La Cámpora no apoyan en su totalidad, y en esta guerra de guerrillas aún se recuerda el incidente que involucró al subsecretario de Energía Eléctrica, Federico Basualdo. Guzmán intentó forzar la renuncia de Basualdo, y Basualdo se apoyó en Cristina, Máximo y Axel Kicillof para sobrevivir en su cargo.
Basualdo sobrevivió. Y desde ese momento, la vicepresidente cuenta las horas para terminar con Guzmán como ministro de Economía.
Es cierto que ayer Cristina Fernández de Kirchner le dijo a Guzmán que no pretendía su cabeza, pero se trata de un artilugio discursivo. Si fuera así, el gobierno no estaría soportando una crisis institucional que aún no encontró fondo y que complica aún más sus posibilidades de triunfo en los comicios del 14 de noviembre.
Por ahora, Alberto Fernández no hará nada con las renuncias presentadas por los ministros y funcionarios del kirchnerismo. Aguarda que Cristina Fernández mueva antes de ejecutar su réplica política. El Presidente desea preservar la unidad de la coalición oficialista, pero también pretende que la vicepresidente se haga cargo del estallido de una crisis que se suma al resultado de los comicios, la situación económica y la fatiga institucional de la opinión pública.
El jefe de Estado analiza que CFK tiene dos opciones: rompe el Gobierno o se alinea con una realidad política que ya no depende de La Cámpora y el Instituto Patria.
“Alberto (Fernández) no quiere romper, pero tampoco va a negociar con una pistola en la cabeza”, describió un integrante del Gobierno que conoce la lógica presidencial. Eso implica esperar un tiempo prudencial y luego decidir la suerte de los ministros y funcionarios que pusieron al Gobierno muy cerca del abismo.
Si Cristina no aparece, o profundiza su ofensiva palaciega, Alberto Fernández tomará las renuncias y conformará un gabinete de unidad integrado por delegados de Massa, gobernadores liderados por Juan Manzur, sindicalistas que representen a la CGT y Hugo Moyano, intendentes fieles a la Casa Rosada y representantes sociales que están lejos de Juan Grabois.
Hoy a la madrugada, vía WhatsApp, el Presidente no paraba de chatear con sus ministros y sus aliados políticos.
La batalla por el poder aún no terminó.
FUENTE: Diario INFOBAE